02

Desde que hablé con J. me punza la más aguda inquietud. ¡Dulcísima punzada! Sucede una o dos veces al año, como un raro fenómeno meteorológico. Son solo relámpagos de ansiedad, pero la ansiedad lo toma todo. Roe los objetos por dentro. Este vaso sobre la mesa, por ejemplo, no es otra cosa que el residuo de lo que ha devorado la ansiedad. Se acerca a los objetos con sigilo y los digiere sin tocarlos. Todo está vaciado de sí. Pierdo contacto. Necesito estar con una mujer. Entrar en otro cuerpo: salir de mi cuerpo.

—¿Usted puede estar en otro cuerpo que no sea el suyo? ¿Cómo es eso? —A V. no le gustan las figuras. Un golpe de calor la mataría.
—Mírelo de este modo: cuando uno sueña está, por lo menos, en dos cuerpos al mismo tiempo. No veo por qué darle más importancia a mi cuerpo que a mi cuerpo.
—Continúe.
—Debería viajar. Ítaca o Valle hermoso. ¿Qué le parece? Izar las velas, soltar amarras —o al revés, si lo prefiere—; sentir el aire húmedo en la cara, las voces de la tripulación, el golpe de las olas contra la nave...
—Otra vez el agua.
—Sí, el eterno retorno.
—Bueno... ¿Nos vemos la próxima?
—El eterno retorno.