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Virginia Woolf: Cuando un hombre ha alcanzado los treinta años, como ahora Orlando, el tiempo que dedica a pensar se le hace enormemente largo; el tiempo que dedica a obrar, enormemente breve.
   

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Tanto tiempo, J., tanto qué. El mundo está detrás de una gran vidriera con un cartel de liquidación y vos te paseás como si nada por una calle ignota de San Luis. O no, quizá deambulás de noche por los pasillos del hotel y te demorás con cualquier cosa antes de regresar a la habitación; fumás dos cigarrillos, tomás una copa de vino, conversás con un alemán que estudiaba cine en Buenos Aires. Cualquier cosa, realmente. ¿De qué sirve todo eso, decime? La inercia de los días se mete en la ropa y cuando nos damos cuenta estamos listos. ¿Cómo es posible que no lo veas? ¿Cómo es posible que no estés aquí, al lado mío, escuchando la misma música, fumando el mismo cigarrillo, tomando el mismo vino? No lo entiendo, te juro que no lo entiendo. Será que nosotros también estamos un poco del otro lado. 3 cuotas sin interés con Visa y aquí me tiene, dígame lo que tengo que leer. La vida se repliega hasta la náusea. Todo es tan distante, tan miércoles por la mañana que dan ganas de vomitar. Adocenados en los subtes, en las calles, en los festivales de cine, en las ferias del libro, en los paseos turísticos, en los edificios, en los nichos. La vida gregaria, J. La noche de los museos y de las librerías. El juego de la vida, el juego de la muerte, el juego de la vida muerta. En una esquina de Villa del Parque, una señora redonda alimenta a unas tiernas bolas emplumadas que revolotean a su alrededor en el mismo momento que el tren se detiene bruscamente. El vecino del H llega de inmediato y recoge las partituras de su abuela, que han quedado desparramadas como hojas secas al costado de las vías. "Mozart", dice cuando me acerco a él. El tren atropelló a Mozart. A los pocos días, cuando la mujer de mi vecino sale a la calle, las palomas la siguen de un modo que seguramente apreciaría un lector de Cortázar. Adiós M., adiós frazada tendida ante la ventana del living, chau Mozart por la tarde y mate amargo. Lhasa canta en Montreal. Love came here. En un departamento de Córdoba, D. se desnuda y ya no sabe quién la mira, pero se esfuerza y trata de hacer coincidir los ojos que la ven con la cabeza de perro mojado del chico que tiene enfrente. Ese perro familiar, perdido para siempre. L. me envía un telegrama telefónico. Otra muerte. Si estuviéramos más cerca podríamos ir a caminar. Pero no estamos tan cerca. Pero estamos tan cerca.