tag:blogger.com,1999:blog-68025550606110714362024-02-08T07:42:09.778-08:00Las memorias del joven RómexHernán Diezhttp://www.blogger.com/profile/03149796591792417746noreply@blogger.comBlogger10125tag:blogger.com,1999:blog-6802555060611071436.post-51051807225090152382012-10-25T15:55:00.002-07:002016-08-19T18:09:40.931-07:0010<div style="text-align: left;">
</div>
<div align="JUSTIFY" class="western" lang="es-AR" style="margin-bottom: 0.35cm;">
<span style="color: #cccccc; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;">Abro
el cajón, otra vez. Tomo una notita y la sujeto con dos dedos a
cierta distancia de mi cara. La observo un rato, intento leerla, hacerla legible. Necesito <i>presionar </i>de
algún modo la superficie del texto para extraer algo de ese pedazo
de papel. Puedo hacerlo, pero lo que obtengo son imágenes muy
disminuidas, atenuadas. Es decepcionante. Esas imágenes parecen
haber perdido su densidad y están cubiertas de polvo. Además, no
creo que sea posible tomar <i>una </i>de
esas imágenes, al menos no como quien toma una aceituna de un
frasco, porque no existen de manera aislada. Aun cuando lograra
tomar <i>una</i> de
ellas en particular, lo único que conseguiría es soplar el polvo
que la cubre, para descubrir una pluralidad de imágenes, un golpe de
luz. Sería una obturación sin obturador. Lo que tengo, entonces, se
parece a este montón de anotaciones que acumulé en un cajón. No
puedo tomar una por una, soplar el polvo, <i>ver
qué hay ahí</i>,
porque no vería nada<i>. </i>Si,
por el contrario, guardo distancia y trato de captar esa totalidad,
la situación sería la misma. ¿Por qué? Decir: “Porque cada
partícula de polvo es a cada imagen lo que cada imagen es a esa
totalidad” no significa nada, es una de esas frases que uno tiene
que tachar de inmediato. Nada se obtendría con tomar <i>una </i>imagen,
con soplar el polvo. Sólo puedo captar lo fragmentario: la imagen
que me interesa no está más allá del polvo que la cubre, sino más
acá. No se trata de <i>una </i>imagen
aislada (no existe tal cosa), sino de la totalidad de la que forma
parte. La imagen <i>es</i> esa
totalidad cubierta de polvo. </span></div>
<div class="western" lang="es-AR" style="margin-bottom: 0.35cm; text-align: center;">
<span style="color: #cccccc; font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;"> * * *</span></div>
<div class="western" lang="es-AR" style="margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<span style="color: #cccccc;"><span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;">Parece mentira, pero pasábamos mucho tiempo hablando. Hablábamos muchísimo. </span><span style="font-family: "arial" , "helvetica" , sans-serif;">Aunque la casa estaba casi deshabitada, siempre buscábamos los lugares más alejados de la puerta de calle y la cocina. El estudio, que antes había sido el cuarto de mi hermana y luego el taller de costura de mi madre, era el sitio que preferíamos por las tardes. Allí, el silencio sólo se interrumpía por el rumor de las cañerías y las voces de mis vecinas, que discutían animadamente el último partido de hockey que se había jugado en el club Comunicaciones, o se perdían en elucubraciones que podían empezar con una cacerola y terminar en un golpe de estado. Si hacía buen tiempo, íbamos al patio ―yo había arreglado el cantero: cambié la tierra donde hacía falta, saqué los mechones de pasto amarillento que deslucían todo un borde, enderecé el jazmín con un tutor, podé el cedrón, corté las hojas más bajas de la palmera que tanto nos desagradaba (último testimonio de la vida exótica que habitó la casa), cubrí con un pasto fino y tupido una porción de tierra en la que caía a plomo el sol del medio día, planté un rosal que tenía unas flores azuladas muy pequeñas, luché contra caracoles y hormigas con una obstinación de la que solo son capaces los seres humanos y los animales en celo―. Después de cenar (rito que nosotros habíamos simplificado bastante: cualquier cosa que comiéramos entre las ocho de la noche y las seis de la mañana era <i>una cena</i>), la tendencia natural a buscar los lugares oscuros nos conducía al cuarto. Se conversaba mejor así, a oscuras. Cuando hablábamos con otras personas a plena luz del día, lo hacíamos con una voz que no era la nuestra. Nadie sospechaba, sin embargo. Por ejemplo, nunca tuvimos problemas para conseguir un paquete de yerba, ni para escribir un examen (que es una de las formas escritas que suele asumir esa voz). Así, nuestra vida transcurría en dos planos: por un lado, contábamos con la aprobación de nuestros profesores y de la chica que nos vendía la yerba en el supermercado chino; por el otro, teníamos un diálogo en la oscuridad. Lo primero era una contribución a la paz social; lo segundo era inhumano. Como nuestra relación se fue afianzando noche a noche, comenzamos a utilizar nuestra verdadera voz en circunstancias ordinarias (una clase de latín, por ejemplo). De manera que, cuanto más se afianzaba nuestra relación, más escaseaba la yerba. </span></span></div>
Hernán Diezhttp://www.blogger.com/profile/03149796591792417746noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-6802555060611071436.post-51512541296640871492012-08-24T19:34:00.004-07:002012-10-25T16:17:02.674-07:0009<span style="background-color: black;"><span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;"><span style="color: #cccccc; line-height: 115%; text-align: justify;">Barthes: La fotografía es
violenta no porque muestre violencias, sino porque cada vez </span><i style="color: #cccccc; line-height: 115%; text-align: justify;">llena a la fuerza la vista </i><span style="color: #cccccc; line-height: 115%; text-align: justify;">y porque en
ella nada puede ser rechazado ni transformado (el que a veces pueda afirmarse
de ella que es dulce no contradice su violencia; muchos dicen que el azúcar es
dulce, pero yo encuentro el azúcar violento).</span></span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="background-color: black; color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<span style="background-color: black; color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; line-height: 115%;">* *
*<o:p></o:p></span><br />
<span style="background-color: black; color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="line-height: 115%;"><span style="background-color: black; color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;">En una de las fotos se la
veía bailando: largas las piernas bajo la pollerita de gasa, el torso desnudo
languideciendo en un paroxismo de éxtasis, los brazos extendidos y suplicantes;
en otra, las manos crispadas se aferraban con un gesto desesperado al marco de
una puerta; otra más: curva la línea de una pierna, el peso de su cuerpo
hundiéndose en los rombos de las sábanas; una cuarta: de rodillas, la frente
casi al ras de las baldosas gastadas, una luz cenital vertebrando la espalda,
el largo cabello negro fundiéndose en las sombras. ―“¡No!”, gritaba su abuela,
mientras se aferraba al borde de la mesa de la cocina con una mano, para no ser
derribada por los golpes de aquel bárbaro alemán, que había trajinado tientos
en el Litoral durante treinta años antes de venir a Buenos Aires. “¡No!”, había
gritado su madre, mientras dos enfermeras la tomaban por los brazos y un
corredor del hospital se tragaba a su hija, la menor de siete hermanos. Cuando
esa mujer se dio vuelta, zafándose de los brazos que un instante antes la
retenían, vio a una A. muy pequeña, que la había escoltado hasta allí desde la
puerta de entrada. Una de las enfermeras, que ya sostenía un formulario tamaño
oficio, preguntó dónde estaba el padre, pero nadie le respondió. A. no quería
que el corredor de un hospital se tragara a su hija, no quería aferrarse al
borde de la mesa para no caer deshecha por los golpes. “¡No!”, gritaba A.,
desde el fondo de esas fotos―. Había sido una larga sesión, una tarde de otoño
―el fotógrafo tenía la misma predilección que yo por esa luz ámbar que cubría
el mundo como un polvo fino―, en la casa que D. tenía en algún lugar de la
provincia de Buenos Aires. Ella había mencionado aquella casa, la vez que le
pedí una opinión acerca de unas fotos que yo le había hecho. La serie que ahora
tenía ante mí debía ser innumerable. El vértigo que me conducía sin pausa de
una imagen a la siguiente, me detuvo en la número veinticinco y tuve un
violento acceso de ira, que de no haberse resuelto en nausea, habría sido
suficiente para matar. En todas las fotos, ella rechazaba las miradas: se ofrecía
sin reservas.</span><span style="font-family: Arial, sans-serif; font-size: 10pt;"><o:p></o:p></span></span></div>
Hernán Diezhttp://www.blogger.com/profile/03149796591792417746noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-6802555060611071436.post-30628759282537358052012-01-19T18:43:00.003-08:002012-10-25T16:16:49.695-07:0008<div align="justify">
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: center;">
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<div style="text-align: left;">
<span style="background-color: black;"><span style="color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 10pt; text-align: justify;">Barthes:
¿Por qué </span><i style="color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 10pt; text-align: justify;">durar </i><span style="color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 10pt; text-align: justify;">es mejor que </span><i style="color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 10pt; text-align: justify;">arder</i><span style="color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 10pt; text-align: justify;">?</span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="background-color: black; color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<span style="background-color: black; color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 10pt;">* * *<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="background-color: black; color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="background-color: black; color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 10pt;">Conocí
a A. poco tiempo después de aquel episodio en la estación de Palermo. Desde
entonces, solo hice algunas notas rápidas, escritas casi siempre en papeles
sueltos, mientras viajaba en el 237 o entre dos mates apurados. Ordenar
cronológicamente esa hojarasca, que se había acumulado en uno de los tantos
cajones olvidados de la casa, habría sido arduo e inútil: ¿cómo ordenar en una
secuencia temporal aquello que se ha vivido afuera del tiempo? ¿Quién se
complace con lo que queda del sueño al despertar? <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="background-color: black; color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="background-color: black; color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 10pt;">Desechada
toda tentativa de introducir un principio de orden en ese caos ―la vida misma,
quizá―, reescribiré algunas de las notas con arreglo a los vaivenes de la
intuición que les dio origen.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="background-color: black; color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="background-color: black; color: #cccccc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 10pt;">Supe
de ella por un poema que emulaba a esos anuncios que, en otra época, solían
aparecer en los avisos clasificados de los diarios y las revistas: “Mujer de
mediana edad busca conocer…”, “adora a los gatos”, “pasatiempos favoritos: las
novelas policiales, el cine francés, la ópera…” Había publicado el poema con
dos propósitos declarados: restituir la función prosaica a la que remitía y
conocer a un hombre. A esa deliberada incitación (cuya débil ambigüedad, como
he dicho, no podía engañar a nadie), se sumaban otros datos sugestivos: mi
edad; la reciente lectura de “El arte de amar”, de Ovidio; los últimos versos, que me subyugaron más allá
de lo imaginable: “No es Venus; / tiene la voracidad de Venus”. </span></div>
</div>
Hernán Diezhttp://www.blogger.com/profile/03149796591792417746noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-6802555060611071436.post-9766591896388309952011-06-20T00:51:00.000-07:002012-10-25T16:16:31.720-07:0007<div class="MsoBodyText2" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;">
<span lang="ES"><span style="font-size: x-small;"><span style="font-family: Arial;"><span style="color: #cccccc;"><span style="font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: small;">El cuarto de S. estaba en la planta más alta de la casa. Era un cuarto pequeño y mal iluminado. En una de las paredes, había una especie de tragaluz que daba a la terraza. A veces, cuando pasábamos toda la noche despiertos, veíamos un rayo de sol que atravesaba el cuarto. Pero duraba tan poco que se desvanecía en el aire antes de que nos durmiéramos. Debajo del tragaluz había colgado una acuarela. Estaba enmohecida en los bordes y tenía una esquina completamente deshecha por la humedad. Algunas figuras habían retornado a un estado tan elemental que eran simples manchas, otras se distinguían con bastante claridad. Detrás de una bruma azulada se veía un tren que avanzaba de frente. Parecía un gran pez saltando por arriba de la espuma de una ola. Unas palomas borrosas levantaban vuelo cerca de la locomotora y un grupo de chicos chapoteaba en un charco del andén. A un lado, los pasajeros esperaban que el tren se detuviera y cerraban sus paraguas. Más o menos eso es lo que en otro tiempo debe haberse visto en esa acuarela. Si S. todavía la conservaba era porque mantenía vivo el recuerdo de lo que había visto allí. También yo recordé una mañana lo que había visto en esa acuarela. Estaba en la estación de trenes. Reconocía las largas vigas de hierro que cruzaban a lo largo el techo del andén. Al final, había tres empleados del ferrocarril, pidiendo boletos. Las manos frías extendían los papelitos y volvían a refugiarse enseguida en los bolsillos de los abrigos. Una luz brumosa cubría las cabezas antes de que se internaran en el túnel que conducía a la calle. Eran las 7 de la mañana y había comprado un boleto hasta Palermo. Pero, ¿qué hacía en Palermo? No lo recordaba.</span> <span style="mso-spacerun: yes;"> </span></span></span></span></span></div>
Hernán Diezhttp://www.blogger.com/profile/03149796591792417746noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-6802555060611071436.post-54731005579611522942011-06-14T17:29:00.001-07:002012-10-25T16:16:15.983-07:0006<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif; font-size: small;">Apunte para un recuerdo: El olor de la canela, del café, del jengibre, del chocolote. G. hace girar la taza entre los dedos. <i>Caracolillo.</i> La réplica del gesto en el espejo. <i>Gato negro, Gato blanco</i>. <i>Tut monde. </i>Los girasoles de Van Gogh. Cigarrillos y Camera Work. Morelianas con vino tinto a las dos de la mañana.</span></div>
Hernán Diezhttp://www.blogger.com/profile/03149796591792417746noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-6802555060611071436.post-30410944179684028192011-06-13T20:36:00.000-07:002012-10-25T16:16:03.090-07:0005<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: x-small;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif; font-size: small;">Macedonio Fernández: La externalidad, la materia, "nuestro cuerpo", y el cuerpo de nadie, no poseído psíquicamente, o cosmos, nada son, no son, sin inexistencias. Los estados que llamamos de percepción existen como estados, pero sin objeto; el ser, el mundo, no es de percepción. No hay Objeto; somos lo percibido; y lo que "somos" cuando percibimos nada es sino el estado de percepción sin sujeto. La percepción, la copresencia sujeto-objeto, es irreal. Todo "lo somos", no "lo percibimos".</span></span></div>
<br />
<span style="font-size: x-small;"></span><br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: x-small;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif; font-size: small;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana; font-size: x-small;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif; font-size: xx-small;"><strong>* * *</strong></span></span></span></span></span></span></span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: x-small;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif; font-size: small;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana; font-size: x-small;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif; font-size: xx-small;"></span></span></span></span><strong> </strong></span><br />
<span style="font-size: x-small;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif; font-size: small;">El mundo está allí, palpitante, colmado de sí mismo. Basta extender una mano para que los objetos ingresen completamente al universo de las sensaciones que (¡oh, prodigio!) confirman su realidad. ¿Cómo es posible tanta arrogancia?</span></span><br />
<span style="font-size: x-small;"><br /></span>
<span style="font-size: x-small;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif; font-size: small;">Tengo un vaso de vidrio junto a mi mano —un vaso de Antoine Roquentin—. Lo toco, le doy vueltas, lo huelo, paso la lengua por el borde, lo aprieto en mi mano. ¿Qué puedo decir de este vaso? Nada. Absolutamente nada. <i>Gritos y susurros</i>. Las dos hermanas se miran de cerca. Acarician sus rostros. Las bocas se entreabren. No escuchamos sus voces, pero sabemos que se hablan. Escuchamos el cello y entendemos <i>qué</i> se dicen. Así es como quiero escribir. —No me interesa discutir esto con H., no vale la pena. Me dirá que <i>tengo que pensar la escritura dentro del campo de lo posible</i>. <i>¡Pensar la escritura! </i>Eso huele a tufo, a claustro, a reclinatorio. Y ¿qué quiere decir <i>el</i> <i>campo de lo posible</i>? Al fin de cuentas, el que escribe esto soy yo, Rómex—. </span></span></div>
<span style="font-size: x-small;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif; font-size: small;"> </span><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif; font-size: small;"> No se trata de la ansiedad, como creía hace unos días. No es <i>solo</i> la ansiedad. Algo de este vaso no está a mi alcance, se diluye en la nada ante el menor gesto. ¿Se puede fotografiar <i>eso</i>? Se puede ensayar. Fotografié a una mosca que había caído muerta sobre la mesa, en el mismo lugar donde ahora está el vaso. Las 17 tomas fueron hechas en 5 minutos con la cámara fija en un ángulo de la mesa y sin variar la exposición. El resultado fue una serie que a H. le gusta llamar "La nada". Pero para H. el objeto es un fetiche. Lo que sucede —de algún modo hay que decirlo— es que el objeto que la luz impresiona soy yo. Es lo mismo con la mesa, con la silla que cruje cada dos páginas. No puedo fijar <i>eso</i> porque soy algo tan impreciso y difuso como los objetos. Acaso yo mismo sea un pequeño insecto clavado con un alfiler en una cartulina sucia. Estaré recluido en el armario de un museo durante 50 o 60 años, hasta que un día alguien encuentre mi nombre por error en una caja de cartón, junto a los coleópteros, y redacte un informe pormenorizado de mis rasgos personales, a partir del estudio minucioso de mi complexión física. "Pasaba largas horas escuchando a Charles Mingus y a Luis Alberto Spinetta. Los días nublados iba a sacar fotos por San Telmo. Escribía para tener una impresión viva del mundo".</span></div>
</span>Hernán Diezhttp://www.blogger.com/profile/03149796591792417746noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-6802555060611071436.post-59179407837339464692011-06-13T20:24:00.000-07:002012-10-25T16:15:52.913-07:0004<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;">Convendría hacer la pregunta de una vez, sin desviaciones inútiles: ¿Por qué no me mato? Contra lo que podría suponer un no-iniciado, la pregunta plantea menos un problema de principios que una cuestión de método. Nada de <i>ergo.</i> Al diablo con ese pequeño dios. Esas elucubraciones estropean la consumación del acto simple —ilústrese con la petite mort—. Ni el griego, ni el río: la aridez fáctica a la que te criaste. El método a secas.</span><br />
<br />
<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;">Dejando de lado los martirologios, he aquí algunos de los métodos con los que estoy más familiarizado: método socrático, método Werther, método Gillette, método Bovary de acción prolongada, método axiomático, método <i>paf </i>Oliveira, método F.G.S.M. Desde luego, este brevísimo catálogo cuenta con el aditamento de las variaciones a que nos induce fácilmente cada método. Una tarde que llovía a cántaros, hice una lista de 67 variaciones del método socrático.</span><br />
<br />
<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;">La propedéutica sobre la materia es bastante clara con respecto a que la efectividad de un método se apoya ostensiblemente en las circunstancias de su ejecución. El método es, a la larga, sus circunstancias.</span></div>
Hernán Diezhttp://www.blogger.com/profile/03149796591792417746noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-6802555060611071436.post-88444764445102975132011-06-13T20:07:00.000-07:002012-10-25T16:15:42.026-07:0003<span style="font-size: x-small;"><span style="color: #999999; font-family: Verdana, sans-serif; font-size: small;"><span style="color: #cccccc;">Vir</span><span style="color: #cccccc;">ginia Woolf: Cuando un hombre ha alcanzado los treinta años, como ahora Orlando, el tiempo que dedica a pensar se le hace enormemente largo; el tiempo que dedica a obrar, enormemente breve.</span></span><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif; font-size: small;"><strong> </strong></span></span><br />
<span style="font-size: x-small;"> </span><span style="font-size: x-small;"></span><br />
<span style="font-size: x-small;"></span><br />
<div style="text-align: justify;">
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: x-small;"><strong><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana; font-size: small;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif; font-size: xx-small;"><strong>* * *</strong></span></span></span></strong></span></div>
</div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: x-small;"><br /></span>
<span style="font-size: x-small;"><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="font-size: small;"><span style="color: #cccccc;">Tanto tiempo, J., tanto qué. El mundo está detrás de una gran vidriera con un cartel de liquidación y vos te paseás como si nada por una calle ignota de San Luis. O no, quizá deambulás de noche por los pasillos del hotel y te demorás con cualquier cosa antes de regresar a la habitación; fumás dos cigarrillos, tomás una copa de vino, conversás con un alemán que estudiaba cine en Buenos Aires. Cualquier cosa, realmente. ¿De qué sirve todo eso, decime? La inercia de los días se mete en la ropa y cuando nos damos cuenta estamos listos. ¿Cómo es posible que no lo veas? ¿Cómo es posible que no estés aquí, al lado mío, escuchando la misma música, fumando el mismo cigarrillo, tomando el mismo vino? No lo entiendo, te juro que no lo entiendo. Será que nosotros también estamos un poco del otro lado. 3 cuotas sin interés con Visa y aquí me tiene, dígame lo que tengo que leer. La vida se repliega hasta la náusea. Todo es tan distante, tan miércoles por la mañana que dan ganas de vomitar. Adocenados en los subtes, en las calles, en los festivales de cine, en las ferias del libro, en los paseos turísticos, en los edificios, en los nichos. La vida gregaria, J. La noche de los museos y de las librerías. El juego de la vida, el juego de la muerte, el juego de la vida muerta. En una esquina de Villa del Parque, una señora redonda alimenta a unas tiernas bolas emplumadas que revolotean a su alrededor en el mismo momento que el tren se detiene bruscamente. El vecino del H llega de inmediato y recoge las partituras de su abuela, que han quedado desparramadas como hojas secas al costado de las vías. "Mozart", dice cuando me acerco a él. El tren atropelló a Mozart. A los pocos días, cuando la mujer de mi vecino sale a la calle, las palomas la siguen de un modo que seguramente apreciaría un lector de Cortázar. Adiós M., adiós frazada tendida ante la ventana del living, chau Mozart por la tarde y mate amargo. Lhasa canta en Montreal. <i><span lang="EN">Love came here</span></i>. <span lang="ES-MODERN">En un departamento de Córdoba, D. se desnuda y ya no sabe quién la mira, pero se esfuerza y trata de hacer coincidir los ojos que la ven con la cabeza de perro mojado del chico que tiene enfrente. Ese perro familiar, perdido para siempre. L. me envía un telegrama telefónico. Otra muerte. Si estuviéramos más cerca podríamos ir a caminar. Pero no estamos tan cerca. Pero estamos tan cerca.</span></span></span></span></span></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
</div>
Hernán Diezhttp://www.blogger.com/profile/03149796591792417746noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-6802555060611071436.post-52710492605671158242011-06-13T19:22:00.001-07:002012-10-25T16:15:29.131-07:0002<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;">Desde que hablé con J. me punza la más aguda inquietud. ¡Dulcísima punzada! Sucede una o dos veces al año, como un raro fenómeno meteorológico. Son solo relámpagos de ansiedad, pero la ansiedad lo toma todo. Roe los objetos por dentro. Este vaso sobre la mesa, por ejemplo, no es otra cosa que el residuo de lo que ha devorado la ansiedad. Se acerca a los objetos con sigilo y los digiere sin tocarlos. Todo está vaciado de sí. Pierdo contacto. Necesito estar con una mujer. Entrar en otro cuerpo: salir de mi cuerpo.</span><br />
<span style="color: #cccccc;"><br />
</span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="color: #cccccc;">—¿Usted puede estar en otro cuerpo que no sea el suyo? ¿Cómo es eso? —A V. no le gustan las figuras. Un golpe de calor la mataría<i>.</i></span></span></div>
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<i><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;"> </span></i></div>
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<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;">—Mírelo de este modo: cuando uno sueña está, por lo menos, en dos cuerpos al mismo tiempo. No veo por qué darle más importancia a mi cuerpo que a mi cuerpo.</span></div>
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<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;"> </span></div>
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<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;">—Continúe.</span></div>
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<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;"> </span></div>
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<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;">—Debería viajar. Ítaca o Valle hermoso. ¿Qué le parece? Izar las velas, soltar amarras —o al revés, si lo prefiere—; sentir el aire húmedo en la cara, las voces de la tripulación, el golpe de las olas contra la nave...</span></div>
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<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;">—Otra vez el agua.</span></div>
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<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;">—Sí, el eterno retorno.</span></div>
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<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;">—Bueno... ¿Nos vemos la próxima?</span></div>
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<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;">—El eterno retorno.</span></div>
Hernán Diezhttp://www.blogger.com/profile/03149796591792417746noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-6802555060611071436.post-52869649035726583752011-06-13T18:56:00.001-07:002012-10-25T16:15:11.960-07:0001<div style="text-align: justify;">
<span lang="ES-AR"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;">Una vez, mientras Hesíodo apacentaba sus corderos al pie del Helicón, las musas se acercaron hasta él y le dijeron: "Nosotras sabemos decir muchas cosas falsas semejantes a verdades; pero, cuando queremos, también celebramos la verdad".</span></span><br />
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<span lang="ES-AR"></span><br />
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<span lang="ES-AR"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif; font-size: x-small;"><strong>* * *</strong></span></span></span></div>
<span lang="ES-AR"><span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;"> </span> <div align="JUSTIFY">
<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;">Una o dos horas antes de levantarme, pensé que lo primero que tenía que hacer después de preparar el mate era escribir lo que había soñado. Durante las primeras horas de la mañana —que para el capricho de algunos es el principio de la tarde—, me entretuve probando la estenopéica, ese caballito de Troya del que solo he conseguido algunas manchas de luz o de oscuridad. Ahora es de noche y, como es habitual cuando se pasa mucho tiempo sin soñar, varios pasajes se han sumergido en la más impenetrable oscuridad; la mayoría de los detalles, tan importantes cuando se sueña, se perdieron. Pero, si en las interrupciones de la lectura se lee <i>más</i> que ante el libro abierto, no veo por qué no habría de ocurrir lo mismo con los sueños.</span></div>
<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;"> </span><br />
<span style="color: #cccccc; font-family: Verdana, sans-serif;">Me bajé del colectivo frente a una larga reja negra que rodeaba a una pequeña arboleda de eucaliptos. El olor de esos árboles me recordaba vagamente a los oficios fúnebres. El sol era abrasador. Unos chicos pasaron corriendo frente a mí y se tiraron a la pileta. Vi al grupo compacto de chicos en el aire, antes de caer al agua, con pies y manos múltiples. Lamenté no haber traído la cámara conmigo —afortunadamente, lo que sucede con la lectura, sucede con los sueños, sucede con la fotografía: cuando se está sin la cámara se fotografía <i>más</i>—. Alrededor de las piletas había vestuarios. Demasiados vestuarios. Ninguno de ellos tenía señalizaciones. Algunos no se distinguían mucho de las oficinas de la administración ni del resto de las dependencias del balneario. De manera que todos andábamos medio perdidos, entrando y saliendo de un lado a otro, como en los dibujos de Escher. Mujeres lúbricas junto a niños y ancianos, hombres bronceados con anteojos oscuros y toallas blancas al hombro, niñas con gorros de goma y antiparras, sirenas con auriculares, señoras con mallas que les daban aspecto de tortuga, señores con el diario bajo el brazo y una canasta floreada de la mano. En algunos sectores, el tránsito era frenético. Curiosamente, adentro de los vestuarios no había casi nadie. En uno de ellos encontré a S., muy pálida; en otro, a P., que se sentía muy alegre mientras no intentara acercarme a ella; en uno más, a J., que con el tiempo aprendió que los gritos son una de las formas del silencio; a L. me pareció verla de perfil, etérea como las ninfas de los arrabales; sentí la mano de D. sobre mi espalda cuando me senté a descansar un momento; la última persona que creo haber reconocido era V., que me decía: "Vestuarios otra vez". Conversamos un rato, quizá más de lo habitual. "Otra vez agua", dije yo. De pronto me di cuenta de que no tenía malla, como los demás. Llevaba pantalones largos y una camisa </span></span><span style="font-family: Verdana, sans-serif;"><span style="color: #cccccc;">azul. Crucé una zona de duchas al aire libre, un paso estrecho que la gente tiene que cruzar obligatoriamente para acceder a las piletas. Caminé de perfil, en puntas de pie, pero nada de eso sirvió para no mojarme. De hecho, me empapé por completo. El peso de la ropa mojada me hacía caminar como una foca. Cuando caí al agua no sentí la humedad, sino solo la sensación de inmersión, tan parecida a la de entrar en un sueño profundo, a la de estar absorbido por una novela, a la de tomar una fotografía.</span></span></div>
Hernán Diezhttp://www.blogger.com/profile/03149796591792417746noreply@blogger.com